Comentario
Procedente del mundo de la música, hijo de músico, violinista él mismo y casado con la pianista Lilly Stumpf, Paul Klee (1879-1940) -como Kandinsky- siempre vio una relación entre música y pintura y muchas de sus obras de los años veinte se llaman armonías; pero tanto o más que la música -Mozart, sobre todo - pesó en él la literatura: los clásicos griegos, los escritores del siglo XVII y sus contemporáneos.Establecido en Munich en 1906, y bajo la influencia al principio del Jugendstil y Arnold Böcklin, le interesaban Van Gogh, Ensor, por sus grabados, y, sobre todo, Kubin. Este era para él un punto de referencia, tanto temática, como plásticamente: "(Kubin) Huía de este mundo porque no lograba soportarlo físicamente. Pero se detuvo a mitad de camino; sentía el deseo de lo cristalino, pero no podía liberarse del fango viscoso del mundo real" y eso será, precisamente, lo que Klee consiga, ir un paso más allá de Kubin y alcanzar lo cristalino. Como él, Klee empezó por la línea; el dibujo y el grabado eran su primer campo de experimentación: "La esencia del trazado conduce fácilmente y de manera precisa a la abstracción". Aunque estos intereses venían al menos desde 1909, fueron en aumento en 1911, cuando conoció a Kandinsky, que sería su amigo toda la vida, a Marc, Jawlensky; Münter y Werefkin, y, aunque todavía no participó en la primera exposición de El Jinete Azul, sí se sintió animado por ellos en sus búsquedas. Muy interesado por Cézanne y el cubismo, viajó por segunda vez a París en 1912 y conoció a Picasso, Le Fauconnier y Delaunay, cuyo ensayo "Sobre la luz" tradujo al año siguiente; a partir de entonces las posibilidades del color entraron en su reflexión plástica. Ese mismo año expuso ya con El Jinete Azul. Pero el momento decisivo para él fue el viaje al norte de Africa en abril de 1914, con Macke y Moilliet.Esté viaje cambió su vida, haciéndole optar definitivamente por la pintura. "El color se ha apoderado de mí. No necesito apropiármelo. Me ha tomado para siempre, lo sé... El color y yo somos uno. Soy pintor", escribe el día 14 desde Kairuan. Su admiración por Oriente y la civilización islámica están en la base de su pintura: Túnez y Egipto, a donde viajó en 1928, le hicieron pintar, como él mismo dice; hasta entonces era sólo dibujante y en 1918 publicó un "Ensayo sobre el grafismo". Esta experiencia norteafricana le hace también dar forma a su estilo, en el que logra un equilibrio entre forma y color, y en el que conviven la pura abstracción con las alusiones figurativas: una casa reconocible, por ejemplo, puede aparecer integrada en una composición de formas y colores abstractos.Entre 1921 y 1931 fue profesor en la Bauhaus y durante los años que permaneció allí su investigación iba en la línea de una mayor abstracción, en la que interviene como elemento importante la tipografía: letras y números aparecen con frecuencia en sus cuadros, que, sin embargo, no llegan a abandonar del todo la figuración, por pequeña que sea la referencia. Si aparecen animales, personas u objetos en sus pinturas, todo es producto de un juego libre de formas, de una invención plástica, que funciona como un organismo vivo.El también cree en algo espiritual en el arte: "(las realidades del arte) no reproducen lo visible con mayor o menor temperamento, sino que hacen visible una visión secreta"; lo interior y lo exterior aparecen juntos, coexistiendo en su poética, en una armonía en la que parecen fundirse todos los contrarios. Pero no cree en la teosofía de Kandinsky. Su obra, decía él, se basaba en un principio de economía: su búsqueda es de lo claro, lo preciso, sin que esto excluya la fantasía, su otro punto de apoyo. La fantasía que le permite mezclar formas y colores y dar a luz con ellos mundos nuevos y desconocidos hasta entonces, propios de una mente sin contaminar como la de los niños, pero cargados a la vez de inteligente ironía.La ironía es un elemento clave dentro de la obra de Klee desde el principio y esto le aproxima a los surrealistas. Se ha señalado la relación de obras gráficas de los primeros años, como El héroe alado, un aguafuerte de 1905, con otras de Max Ernst. Pero la relación va más allá en el tiempo y en el espíritu: muchos títulos de cuadros evocan inmediatamente a Miró, y su mundo, como el del catalán, al que se acerca en las pinturas jeroglíficas de los últimos años, es un lugar con vida, de creación y transformación constantes. Interesado, como los surrealistas, por las pinturas de niños y de locos -otros primitivos-, intenta meterse en su universo y captar sus símbolos más que dar parecidos formales. Original y difícil de clasificar, él se consideraba un expresionista -hizo un Retrato de un expresionista (1922, Washington, colección particular)-, pero también los surrealistas le vieron como uno de los suyos.Para Klee el artista es un médium, alguien a través del cual las fuerzas creativas de la naturaleza pueden manifestarse, dando lugar a otros mundos. Compara la relación del artista con la naturaleza a través de un árbol: por las raíces le llega el alimento, él hace de tronco -lo transmite- y el follaje son las obras."En realidad -escribe - al cumplir su función de tronco, él no puede hacer más que recoger lo que le viene de las profundidades y transmitirlo más lejos. Así pues, él no sirve ni manda; sólo actúa como mediador. En consecuencia (el artista), ocupa una posición extremadamente modesta. No reivindica la belleza del follaje, porque ella sólo pasó a través de él". Esta humildad en la postura de Klee es la misma sensación que transmite su obra: de pequeño tamaño casi siempre, hecha con acuarela, más que óleo, parece susurrar más que hablar en voz alta y sugerir más que imponer. Picasso decía de Klee que era el rey de los pequeños formatos, como él lo era de los grandes.Este mundo no es el único de los posibles para él. "Yo me encuentro tan a gusto entre los muertos como entre los que aún no han nacido", decía. Y tampoco tuvo siempre el aspecto que tiene hoy, por eso puede pintarlo diferente y por eso admite la posibilidad de que en otros planetas se haya llegado a formas radicalmente distintas, lo mismo que el microscopio deja ver mundos inimaginables fuera de él y formas fantásticas y paradójicas que escandalizan a cualquier buen burgués (el señor X, dice). Klee no necesita huir de este mundo en un proceso de ascesis para pintar el alma de las cosas.Al revés que Kandinsky, lo que hace es penetrar en él y comportarse como se comportan las fuerzas creadoras de la naturaleza, para que a través de él, la naturaleza pueda crear otros mundos y otras realidades, que se apoderan del espectador como el color se apoderó de él en Marruecos, y no le dejan escapar: "No es fácil salir de los jardines de Klee -ha escrito Mario de Micheli-. Se camina entre arborescencias lunares, entre arbustos de coral, por encima de lagos de amianto. Se ven entre las ramas los verdes pájaros de fósforo y las estrellas que se confunden con la escarcha. Se vive, ora en un paisaje de cuarzo, ora en una landa submarina, en el corazón de una luz preciosa de alga y diamante. Otras veces, en cambio, se camina sobre un mosaico vibrante, o entre una selva de símbolos domésticos o exóticos que emanan un ligero tóxico cromático debido a una invisible desintegración".